ya sabía lo que iba a suceder. el mismo olor, el mismo ambiente, los mismos saludos decadentes. esa noche salí con zapatillas y mi banano en las caderas, como en los viejos tiempos universitarios, liviana, y en el metro me regalé el lujo de sentir la vieja emoción de antes de verte, a tres, a dos estaciones. pero después ahí, nada, un hola rápido, de amigos, y tu cara de ya no querer.
estaba triste ese día y te apañé sabiendo que quedaban pocas horas. no hice preguntas y no hice comentarios, aunque tenía el corazón hecho mierda. me limité a disfrutar y caminar entre toda la gente, entregándote las últimas cuotas de felicidad. me limité a sacar la marihuana del banano y a hacer unos caños, los últimos que nos fumamos juntos.
escuchamos mira niñita en medio de toda la gente y sentí tanta pena, tanta, sentí tan absoluta la certeza de que todo había terminado. y aguanté ahí, estoica, con los ojos cerrados a veces, mirando el cielo de la noche, entre empujones, teniéndote al lado. entendiendo todo. y la yerba, como otras veces, adormeció mi tristeza, la enmudeció.
de pronto quisimos subir más cerca del escenario. todos empezaron a saltar y un loco dio vuelta su chela en mí, me dio risa, estabai muy cerca, y te reíste también. minutos después, o segundos, no sé, me empujaron hacia ti y nos abrazamos. y nos dimos un beso. el último beso que nos dimos de verdad. fue lento y profundo, de locos enamorados, y cuando terminó nos miramos y sonreímos. me teníai muy abrazada. alguien nos apuró y no pescamos, y por un momento yo pensé que todo estaba intacto. se me llenó el corazón de algo, pero no. era la despedida.
fue más triste que la mierda, pero también lindo, en igual medida. y quisiera no olvidarme nunca de esa noche porque entendí todo o casi todo. y hoy, precisamente, no entiendo nada.