a estas alturas de la vida, cada día se hace más difícil despertar. me levanto de la cama como un zombie, me subo al auto y compro mis pasajes de ida y vuelta, inmersa en una rutina insoportablemente idéntica. si sucede que inusualmente el pendrive está cargado, la música suena hasta que me aburro de los paisajes y la publicidad de la carretera que ya sé de memoria. me duermo justo antes 10 minutos de bajarme y cruzar la pasarela, mareada y con frío. espero el transfer mirando con nostalgia los buses rumbo a santiago e imagino cómo sería tomar uno y volver a casa, apenas a una hora de haber salido. llega el transfer y, dependiendo del chofer, saludo y me siento, siempre al lado derecho, para ver la laguna. cuando me bajo, miro inmediatamente hacia el edificio de periodismo y ruego porque haya alguien fumando en las escaleras. a veces sucede, otras veces están vacías.
el resto del día es el laucho y sus bromas típicas, la javi y nuestra evasión de la realidad, un ratito fumando con la coni o todo el día molestando a la cami. el resto del día somos la mesa más bulliciosa y peladora del casino, unas lagartijas tomando sol en el pasto o los huéspedes barsas de la sala del cep. el resto del día de verdad no es tan malo.